1. El personaje, el espacio y el
tiempo
Los cauces fluviales del Navia y el Eo acotan
un espacio de la geografía asturiana que se erige en comarca de acusada
personalidad histórica. Este territorio recibe, durante la Edad Media, diversas
denominaciones alusivas todas ellas a una unidad enmarcada por unos límites
geográficos que estaban llamados a convertirse en marcos socio-políticos: la Tierra de Entrambasauguas,
denominación predominante durante el siglo XIII; Entrerríos, término que designa igualmente al interfluvio Navia-Eo
y que adquiere el mismo valor que la denominación anterior; la Tierra de Ribadeo, designación que
identifica el espacio oriental que se erige en ribereño del Eo, al igual que el
núcleo generado en la vertiente gallega se le denomina Burgo de Ribadeo; el Honor del Suarón, expresión que da
nombre al espacio que vertebraba y sobre el que ejercía su autoridad el
castillo bajo potestad real; y, por
último, Concejo y alfoz de la Puebla de Roboredo
–luego de Castropol–, denominación generalizada desde que, a partir de la
séptima década del siglo XIII, se inicia la organización concejil en la comarca
con la creación primero de la Puebla de Roboredo
y, casi dos décadas después, la Puebla de Castropol, quien asume sus funciones
definitivamente.
El Honor del Suarón identificaba una de las circunscripciones
territoriales –mandaciones– que
habían sido establecidas en la época de la monarquía asturiana. El poder
político que antes radicaba directamente en el monarca, va a ser acaparado por
una serie de magnates denominados comes,
potestas, dominante…y ya a partir del siglo XII se va a generalizar la
denominación de tenente. Tanto los tenentes como los cargos
públicos eran designados directamente por el posesor del poder jurisdiccional (el
rey en un origen) por lo que, tras la concesión del privilegio real de 1154, la
Mitra ovetense nombraba estos cargos estableciéndose vínculos constantes y
bastante permanentes entre esta institución y algunos grupos nobiliarios. El
paradigma más significativo es el del linaje de Gundisalvo Menendi, quien ostenta la tenencia desde la tercera
década del siglo XIII, hasta la fundación de la Puebla de Roboredo; y, aún casi
una centuria más tarde, alguno de sus descendientes, como Suer Menéndez de
Ribadeo o su hijo, Menén Suárez de Ribadeo, siguen gozando del privilegio
concedido por los obispos de Oviedo, lo que muestra una vinculación, al menos a
lo largo de dos centurias, entre la Iglesia de Oviedo y este linaje, con
independencia tanto de la eventualidad de quienes ocupan la sede episcopal como
la de las figuras más perentorias del linaje familiar en una determinada
coyuntura, y que son elegidas por el señor episcopal para ser sus
representantes. Linaje que se mimetiza con la antigua denominación de la Tierra
y adopta primero el patronímico de Ribadeo para, posteriormente, tras el
establecimiento de la puebla y concejo, pasar a identificarse igualmente con el
patronímico de Castropol.
2. Hacia la definitiva ocupación
del espacio
Después de mediados del siglo XII se
mantienen aquellos indicios que confirman un incremento poblacional en Entrambasauguas, acrecentamiento que va
a dar lugar a la aparición de nuevos núcleos de población que, unidos a los
antiguos, dan lugar al poblamiento actual, el cual parece estar ya totalmente
configurado tal cual es hoy, a finales del siglo XIII, momento que constituye
el techo respecto al número de habitantes. El proceso expansivo será
pronunciado en las primeras décadas de este siglo, continuando la tendencia
alcista del periodo anterior, y aún se muestran los últimos vestigios de
incremento demográfico en los años finales de la decimotercera centuria, cuando
ya a nivel general se detectan síntomas de crisis, o aún a comienzos del siglo
XIV, pasando a experimentar un retroceso significativo durante este siglo y
todavía durante el XV, corroborado por la existencia de aldeas abandonadas, o
caserías derruidas, en las últimas décadas de la Edad Media.
Si las instituciones eclesiásticas,
que han recibido grandes propiedades en los siglos X-XI, muchas de ellas
incultas, y que pretenden poner en explotación sobre todo a partir de la
centuria siguiente, son capaces de hacerlo y de generar nuevas aldeas en estos espacios
con el establecimiento de familias de vasallos, será debido a un excedente de
campesinos. Son sobre todo jóvenes, que no encuentran su lugar en las antiguas
aldeas que se muestran superpobladas y que cuentan con un espacio agrícola ya
al límite de la producción, aspecto del que da cuenta la extrema fragmentación
del terrazgo labradío con parcelas cuya extensión ronda el día de aradura.
Serán estos jóvenes, nacidos en una aldea antigua próxima, que en muchos casos
ha constituido el núcleo parroquial de referencia, los que establecerán nuevos
núcleos habitados en aquellos amplios montes, situados en áreas intermedias
entre el límite costero y las estribaciones más elevadas de la sierra, y que, a
través de la roturación de alguno de sus espacios, constituyen en unas décadas
nuevas aldeas, dependientes de las antiguas, englobadas todas ellas en el
ámbito parroquial. Será también este incremento demográfico el que permita la
creación de dos núcleos urbanos, Roboredo y Castropol, que de manera continuista
van a ser los ejes sobre los que se organiza el poblamiento a partir de las
últimas décadas del siglo XIII y, sobre todo, en los dos siglos siguientes,
continuismo en el modelo político-administrativo mantenido hasta entonces y en
la centralización del poblamiento en la Marina y, dentro de ella, en núcleos
privilegiados asociados a un sector económico claramente en alza a partir de la
decimotercera centuria como es el del comercio que arrastra al sector primario
con la mercantilización de sus productos: madera, cereales, carne, pescado...
El crecimiento demográfico se ha de
relacionar con la coyuntura general de expansión que se hace más evidente a
partir del siglo XII, con el aumento de la producción, sobre todo gracias a la
ampliación del terrazgo labradío en las antiguas villas altomedievales, ganando
espacios al saltus. Hecho que se
puede comprobar en aldeas como Trío, Salave, Barres,… que muestran unas áreas
de cultivo cerealícola, las senras, que durante el siglo XIII no se diferencian
de las actuales y donde los propietarios de la tierra favorecen, a través de
una reducción de rentas, el que los campesinos roturen aquellos espacios
aldeanos, limítrofes a ellas, que aún puedan quedar incultos dentro del espacio
de la aldea. El incremento también de la productividad de la tierra gracias a
las mejoras tecnológicas, y la utilización del ganado como fuerza de trabajo y
como aporte de materia orgánica al suelo. Y, por último, la permanencia de una
relativa bondad climática que evita crisis de subsistencias muy pronunciadas.
La compactación de las aldeas
antiguas conducirá a la necesidad de buscar otros espacios más alejados para
establecer nuevos asentamientos, caseríos generados ex novo que han de mantener como referentes sociales las antiguas
aldeas. Esta alternativa supone el abandono del núcleo primitivo y el
establecimiento en lugares deshabitados, incluidos en el catálogo de montes que
las fuentes reseñaban desde antiguo como límites o como espacios de
aprovechamiento incluidos en las propiedades señoriales adquiridas a partir de
las donaciones efectuadas por la aristocracia o por los privilegios reales:
espacios boscosos destinados a albergar algunas de las nuevas aldeas como los
de Arancedo, Berbesa, Covas, Guiar… Esta opción requiere que se produzcan dos
hechos paralelos en el tiempo: por una parte, la connivencia y, más aún, el
estímulo de las instituciones eclesiásticas, como la Iglesia de Oviedo y los
monasterios de Corias o Villanueva de Oscos, y la nobleza, que ejercen la
propiedad sobre estos espacios baldíos y, por otra, la existencia de un grupo
humano interesado en acometer la empresa pobladora; grupo adscrito a un perfil
de edad y procedencia determinado: jóvenes que comienzan una nueva vida
familiar, hombres solos o parejas formadas recientemente, originarios de las
aldeas más próximas que, ocupadas desde antiguo, están superpobladas; personas
que se erigen en los ancestros más remotos de estos nuevos lugares habitados de
los que se pueden citar ejemplos distribuidos a lo largo de toda la comarca.
Los montes y las brañas van a
comenzar en este periodo a ser poblados constituyendo pequeñas aldeas que se
incorporarán a la nómina aldeana y que irán gestando el poblamiento actual,
siempre vinculadas a otros núcleos de referencia más antiguos a los que los
unirían vínculos familiares y, sobre todo, la pertenencia a una unidad de
referencia englobadora, la parroquia:
montes referidos de antiguo que dan lugar a nuevos núcleos de población
como Guiar y Graña de Guiar respecto a Santiago de Abres; Vijande en relación
con San Esteban de Piantón; Candosa, As Murolas y Vilarín en relación con Santa
Colomba; Balmonte, Castro de Obanza, y Folgueiras respecto a Santalla de
Presno, son ejemplos muy significativos de un proceso generalizado durante este
período.
Figura 1: Núcleos habitados documentados en los
siglos XII-XIII.
1 Guiar; 2 Graña de Guiar; 3 A
Porqueriza; 4 Refojos; 5 Viladonga; 6
Grandameá; 7 Miou; 8 A Galea (Puerto de A Galea); 9 A Veiga; 10 Ferreiramión;
11 Coba; 12 Folgueiras; 13 Castromourán; 14 Paramios; 15 Porzún; 16 Cobre; 17
Vega del Villar; 18 Montouto; 19 Bustelo de Meredo; 20 Nafarea; 21 Molejón; 22
Pumarega; 23 Vijande; 24 Pumarín; 25 Río de Seares; 26 Granda; 27 Fabal
(Puerto); 28 Puebla de Castropol; 29 Puebla de Roboredo; 30 Figueras (Puerto);
31 Granda; 32 Salcedo; 33 Villasivil; 34 Bourio; 35 Grilo; 36 Jonte; 37
Arguiol; 38 Trío; 39 Couso; 40 Linarelle; 41 Pena Cova; 42 Villameá de Santa
Colomba; 43 Requejo; 44 Balmonte; 45 Castro; 46 Monteavaro; 47 Obanza; 48 Sela
de Obanza; 49 Penzol; 50 Couselo; 51 Vega de Folgueiras; 52 Brañatuille; 53
Arco; 54 Villarín; 55 Leirío; 56 Santagadea (Puerto); 57 Tapia (Puerto); 58
Porcía (Puerto); 59 Matafoyada; 60 Jarén; 61 La Veguina; 62 Riocabo; 63 Momeán;
64 Candosa; 65 Murolas; 66 Viavélez (Puerto); 67 Pilande; 68 Piantes; 69
Villar; 70 Valina Bona; 71 Barrosa; 72 Espieira; 73 Cerredos; 74 Villalmarzo;
75 Sanmarfún; 76 Grandamarina; 77 Mendones; 78 Villarín; 79 Andina; 80 Riocabo;
81 Caroceiro; 82 Torce; 83 Ansilán; 84 Abranedo; 85 Meiro; 86 Estelleiro; 87
Loza; 88 Barqueros (Puerto).
Fuente: Colección Diplomática de
Villanueva de Oscos y Archivo Catedral de Oviedo.
Bases
cartográficas:
IGN (2010): Base Cartográfica Nacional a escala
1:200.000, Centro Nacional de Información Geográfica (Centro de Descargas).
IGN (2011): Modelo Digital de Terreno MDT200, Centro
Nacional de Información Geográfica (Centro de Descargas).
Elaboración
propia.
Los contratos agrarios de diversa
índole (foros colectivos e individuales de población) subscritos por las
instituciones eclesiásticas con distintos pobladores, los pleitos y pactos
entre el monasterio de Villanueva de Oscos con diferentes feligresías del
Arciprestazgo de Castropol y con la nobleza local sobre los repartos de diezmos
o el asentamiento de pobladores en nuevos espacios, ilustran también sobre
estas nuevas ocupaciones.
El Cabildo de la Iglesia de San
Salvador concede, a perpetuidad, en el año 1220 a Lope Fernández y a su mujer
Mariti Martínez, junto con sus cuatro hijos, constituyendo una familia
conyugal, una heredad que es monte bravo en la villa ya existente al menos
desde el siglo X de Arancedo, cerca de la Peña de Arancedo, con el fin de que
roturen, pueblen y planten dicha heredad. Un espacio que va a ser ganado al
monte para erigirse en el núcleo de una nueva aldea si tenemos en cuenta que
sus cuatro hijos (Juan, María, Pedro y Pelayo), son partícipes, en plano de
igualdad a sus padres, en el contrato efectuado y, por tanto, tendrán derecho a
establecer, cuando se independicen y formen una familia conyugal, otras
unidades de explotación dentro del espacio delimitado, manteniendo así, en las
generaciones futuras, las mismas condiciones y censos que han estipulado sus
antepasados. Aún es más aclaratorio de la expansión demográfica el contrato,
también efectuado por la sede episcopal, ahora con los pobladores de San
Esteban de la Junquera (Coaña), en fecha
indeterminada de principios del siglo XIII, que es conocido merced al conflicto
generado, casi un siglo después, entre los descendientes de los primeros
concesionarios y la Iglesia. En 1300, Menén Ibañez, capellán de Santianes de
Prendonés, Pero Peliz (caballero) y García Tomás, moradores en San Esteban, por
sí y en representación de otros cuatro moradores en dicho lugar, se presentan
ante el obispo y son acusados de incumplir el contrato obrado por sus
antepasados, Peley Barquero y su mujer, en época del obispo Deanes. Tal
compromiso conllevaba “arromper e poblar”
y que “feziessen y iglesia”. La
obligación era explícita, establecer un núcleo habitado por el matrimonio y sus
descendientes, todos ellos feligreses de la iglesia de San Esteban, aunque se
puede considerar que se trataba de un espacio de monte bravo próximo a San
Esteban de la Junquera ya que esta villa ya estaba documentada a comienzos del
plenomedievo. Los descendientes
de Peley Barquero y su esposa constituyeron en el transcurso de la decimotercera
centuria una aldea con más de siete familias, y no sólo incrementaron la
población de la feligresía de San Esteban con nuevos caseríos, sino que algunos
de ellos alteraron su condición social, abrazando el orden eclesiástico o
convirtiéndose en caballeros y, a la vez, éstos se erigen ante el obispo en
representantes y portavoces del grupo.
Otras instituciones eclesiásticas
son también partícipes de este interés poblador. El monasterio de Villanueva de
Oscos formaliza un número amplio de foros colectivos con el fin de poblar sus
montes. El abad Don Gómez afora, el año 1236, a Pedro Núñez, García Gutiérrez,
Fernando Pérez y Fernando García el monte de Folgueiras (Presno) con idéntico fin que el perseguido por la
Iglesia ovetense en los ejemplos anteriores: “ut excolatis et laboretis et moretis in illo”. El censo es muy
generoso para los nuevos pobladores lo que da idea del interés del monasterio
por poner en explotación nuevos espacios y, sobre todo, por integrar a nuevos
vasallos bajo su jurisdicción. Lo acordado no sólo posibilita la permanencia de
los descendientes de estos cuatro individuos, probablemente jóvenes y a punto
de formar nuevas familias, sino que deja abierta la posibilidad de que otras
personas puedan establecerse en el mismo lugar, siempre y cuando cumplan las
mismas condiciones censales y de asentamiento en el monte. Así, cuatro años más
tarde, el mismo abad, afora la mitad del monte de Folgueiras, a dos individuos,
probablemente hermanos. Ello
implica que el lugar aún no ha sido roturado completamente lo que permite al
monasterio fraccionar el espacio y establecer nuevos pobladores, dando lugar a
un incremento de las unidades familiares en la aldea. El objetivo del abad y de la comunidad de Villanueva para este
monte bravo es conseguido rápidamente ya que veinticinco años más tarde
Folgueiras es considerada una villa, actual Veiga de Folgueiras. De igual
manera que Folgueiras, otros montes incluidos dentro de los bienes entregados
por Alfonso VII al monasterio de Villanueva como As Murolas, A Reonda, Candosa,
Vilarín…, fueron poblados de la misma manera pasando los vecinos de las nuevas
aldeas a ser vasallos del monasterio,
sobre todo durante la segunda mitad del siglo XIII.
Son
los propietarios, por tanto, los que orientan el nuevo poblamiento tutelando el
asentamiento de aquellos campesinos jóvenes que no tienen medio de vida en las
antiguas aldeas. Y éstos, aún roturando los espacios más idóneos de esos montes
o brañas para establecer sus unidades de habitación, permiten que la mayor parte
de estos espacios puedan seguir siendo aprovechados para la ganadería o la
explotación forestal. La orientación también va dirigida hacia el
aprovechamiento cerealícola y ganadero, ilustrado a través de la obligatoriedad
de poblar estos nuevos espacios con una cabaña estándar integrada por dos
bueyes, dos vacas, doce ovejas y cabras y una cerda, incrementando en algunas
ocasiones la recua con un verrón u otra vaca. Es una
cabaña ganadera que va orientada hacia el autoabastecimiento familiar de
productos básicos pero, sobre todo, a la transformación del espacio de monte
bravo en terreno cultivado con base en dos tipos de cereal, para lo que es
estrictamente necesaria la fuerza del ganado vacuno. Esta base cerealícola
viene remarcada por la obligatoriedad de los nuevos pobladores del pago de
censos, no sólo en componente dinerario, sino con la entrega de cereal, bien en
grano –escanda y cebada–, o ya panificado –panes o regueifas–.
Las últimas décadas del siglo XIII,
será el momento en el que se da el mayor número de efectivos poblacionales,
cuando, con aparentes intenciones autonomistas respecto al señorío episcopal,
la nobleza local de gran influencia en las áreas limitáneas al Eo y su ría, en
los actuales concejos de Vegadeo y Castropol, tutelan el establecimiento de
población sobre un caserío ya existente, Roboredo; el cual, con otorgamiento
real y tolerancia episcopal en sus inicios, estaba llamado a convertirse en la
primera puebla de Entrambasauguas y
capital de su concejo, a partir de los primeros años de la década de los 70 del
siglo XIII. El nuevo núcleo urbano provoca un efecto llamada, en especial de los grupos de hidalgos que van a
acaparar los cargos concejiles y de un grupo de artesanos y comerciantes, cada
vez más abundante, que verían incrementar sus posibilidades en virtud del
mercado local y los intercambios a través de la Ría. Con las desavenencias
entre los pobladores de Roboredo y la autoridad episcopal se produce la asfixia
del crecido núcleo poblacional, cuyos habitantes se trasladan a la vecina
puebla de Castropol, patrocinada por los obispos a partir del año 1298, al
objeto de seguir beneficiándose de las posibilidades que un núcleo urbano
ofrece. No obstante, no se puede considerar que la atracción poblacional
ejercida durante el siglo XIII por estos dos lugares sobre la población de Entrambasauguas fuese significativa debido a que previamente
fueran ya núcleos importantes y, por ello, se decidiera darles la categoría de
núcleos urbanos. La primera de ellas, Roboredo, sólo aparenta ser una aldea
importante, más por su impronta socioeconómica que por el número de sus
habitantes. Pese a ello experimenta en los primeros años de su creación un
cambio significativo: En el año 1253, unos veinte años antes de la creación de
la puebla, es un núcleo rural de reducido tamaño, como lo eran la mayoría de
las aldeas y, en ella, el tenente Gonzalo Menéndez junto con sus hermanos era
propietario de una yuguería que es transferida al monasterio de Villanueva de
Oscos, explotación agraria donde estarían asentados una o dos familias de
aparceros. Sin embargo, en el año 1276,
cuando la puebla llevaba unos cinco años de existencia, la imagen que ofrece es
muy diferente, se trata de un núcleo de población denso, ocupado por diferentes
casas con sus plazas, que pertenecen a hidalgos y artesanos, junto con la que
es adquirida por un clérigo, y que se
distribuyen en torno a la Rua del Rey. La segunda, Castropol, por su reciente
creación influirá en el poblamiento durante la centuria siguiente, pero ahora
ya enfrentándose a una nueva coyuntura demográfica caracterizada por la crisis,
con la reducción de efectivos y el abandono de espacios que antes estaban
poblados.
Al socaire de los nuevos núcleos
urbanos, de manera sustancial de las actividades comerciales que ofrecen, desde
finales de la decimotercera centuria, y sobre todo en la siguiente, comenzarán
a proliferar puertos y ensenadas naturales como lugares habitados. Muchos de
ellos son fruto de acuerdos entre las nuevas Pueblas de Entrambasauguas y los núcleos urbanos próximos como el burgo de
Ribadeo –Fabal y Figueras–; otros, de las concesiones de la autoridad episcopal
–La Galea, Salías, Santagadea, Tapia, Barqueros–; y, con probabilidad algunos
más, de la expansión demográfica a partir de lugares próximos –Viavélez,
Ortiguera–. Expansión del poblamiento asociado a la pesca y al transporte de
individuos y mercancías, y que, en la mayor parte de los casos están vinculados
con poderes señoriales.
3. La sociedad:
campesinos y señores
La
sociedad de Entrambasauguas en el
lapso de tiempo que abarca desde la segunda mitad del siglo XII hasta finales
del siglo XIII, está polarizada en dos grupos dicotómicos marcados por su
relación con la tierra: una mayoría campesina en una situación de dependencia
económica, jurídica, político-administrativa e ideológica respecto a la minoría
de señores, caracterizados por ser los propietarios de la tierra que los
primeros explotan a cambio del pago de rentas. Además de este dominio
territorial la minoría privilegiada ostenta el poder jurisdiccional por el cual
percibe otro tipo de ingresos (rentas señoriales) y también el dominio sobre
las iglesias a las cuales están adscritos los feligreses, por lo que aquellos
van a recibir de una forma proporcional
las rentas eclesiásticas que estos pagan. La nobleza local, al margen de los
bienes fundiarios que conserven sus miembros, se erige como intermediaria entre
los poderes eclesiásticos y la masa campesina extrayendo y acaparando con ello
una parte de la renta: se atribuirán el dominio útil de la tierra, que luego
subarrendarán a los campesinos, ejercerán el poder político-administrativo como
delegados de poderes foráneos (tenentes, alcaldes, jueces, oficiales,…) o
cobrarán sus rentas (encomenderos). Se identifican por tanto con los poderosos
aunque el patrimonio que les sustenta sea cada vez más reducido y en algunos
momentos se vean obligados a hipotecar o vender sus heredades. En definitiva,
van a conseguir valerse de su prestigio social y de la fuerza que caracteriza
su condición para figurar entre la minoría privilegiada. La burguesía de Entrambasauguas es reducida en número en
estos momentos, constituyendo un grupo de artesanos y comerciantes que
compatibilizan las labores agrícolas con sus actividades artesanales en las aldeas,
grupo no obstante emergente, que parece se incrementa en número a lo largo de
la decimotercera centuria, al mismo tiempo que diversifican sus actividades, y
entre los que habría grandes diferencias socioeconómicas.
El
campesinado
Lo que hace homogéneo al grupo
campesino es su función de productor de rentas y mantenedor de los grupos
privilegiados que integran el sistema socioeconómico medieval. No obstante, en
virtud de las relaciones que establecen sus miembros con la tierra y el acceso
a la misma, se pueden introducir diferentes categorías:
En
primer lugar los propietarios que han logrado mantener su pequeño patrimonio, a
pesar de las presiones señoriales para anexionárselo y también de los períodos
de crisis que incrementan las deudas con la consiguiente afluencia de pérdidas
patrimoniales junto con los continuos repartos entre herederos que, en este
grupo, resultan igual de lesivos que en el grupo nobiliario. Situaciones de
pérdida patrimonial de estos pequeños propietarios que, siendo generales
durante todo el período, se multiplican a finales del siglo XIII y aún más
durante las primeras décadas del siglo siguiente: propiedades individualizadas
y de reducido tamaño que son vendidas por campesinos en diferentes lugares como
Presno, Barres, Salave, Miudes... son un paradigma de cómo este grupo de
pequeños propietarios se ve obligado a enajenar sus escasos bienes.
Un segundo conjunto es el integrado
por aquellos que, aun teniendo alodios, éstos son insuficientes o los están
perdiendo y, por ello, deben complementar su explotación por medio del
arriendo, compensándoles el pago de rentas ante el incremento de beneficios que
supone tener una explotación compacta e integral. Por ello se observa que, en
un número cada vez más creciente, aforan heredades sueltas: una viña, una
heredad en la senra...
El tercer grupo es el integrado por
aquellos campesinos foratarios que trabajan unidades de explotación cedidas por
los poderosos, tanto eclesiásticos como laicos, mediante el pago de una serie
de censos y rentas, lo que les hace ser un grupo heterogéneo, según las
condiciones fijadas en el contrato agrario suscrito con el propietario. Gozan
de mayores ventajas aquellos que pasan a explotar tierras incultas al objeto de
poblarlas, pues el foro será perpetuo y los censos relativamente bajos,
pudiendo, en muchas ocasiones, disponer de la mitad de lo roturado o de la
mayor parte de las mejoras realizadas en la explotación, siendo habitual la
proporción de tres cuartos para el campesino. En peores condiciones están
aquellos que reciben explotaciones aforadas, que están puestas en producción
desde antiguo, ya que los censos serán más elevados y los contratos tienden a
ser más cortos, foros vitalicios o a dos vidas; y aún peor aquellos otros
campesinos que no adquieren las propiedades directamente de quien posee el
dominio absoluto de la propiedad, sino que se convierten en
subarrendatarios. Los primeros, aquellos
que aforan espacios de monte para ser roturados y poblados, constituyen el
grupo más conocido -son los que suscriben los foros de poblamiento, colectivos
e individuales-. El segundo grupo, el de los arrendatarios de heredades sueltas
y, sobre todo los aparceros, es el más numeroso, pero también el menos
conocido, son ejemplos los campesinos que explotan las heredades que la nobleza
ha recibido en préstamo o foro vitalicio de las instituciones eclesiásticas,
establecidos en Piantes, en Bourio, A Veiga,… y que, en algunos casos se hace
referencia a ellos en los contratos suscritos, dando a entender que tienen
algún tipo de derecho sobre la tierra que trabajan –o derecto do caseyro que en ela teverdes– y que, incluso, pudiera
existir algún acuerdo escrito con esos subarrendatarios.
El prestigio y la estima social dentro
del grupo campesino vienen dados por la función de representatividad que los
cabezas de familia ejercen dentro de la aldea y así, también de entre ellos,
saldrán aquellos que asumirán esa representatividad fuera de los límites
espaciales de la aldea. En este sentido, los actos que son suscritos en las
Pueblas de Roboredo o Castropol suelen tener como testigos a naturales de
pueblos alejados que serán sin duda aquellos delegados de las aldeas que
eventualmente se encuentran en el núcleo concejil: Pero Rodríguez de Villalgomir, Diego
Martínez de Salaue y Pero de Loes son,
entre otros, los que agradecen al obispo don Fernando Alfonso la concesión de
la carta-puebla de Castropol, reconociéndose como sus vasallos y
comprometiéndose a guardar los derechos de la Iglesia de Oviedo; e
igualmente, en el año 1292, cuando el obispo don Miguel, a través de su
delegado, Gonzalo García arcediano de Grado, pide al concejo de la Puebla de
Roboredo, que le dé hombres buenos para nombrar jueces, alcaldes y notario,
tras haber destituído a los anteriores, actúan entre otros como testigos del
acto Diego Pérez de Mántaras y García Gómez de Loza, presentes como
miembros del concejo de la Puebla siendo
en el campo, cabo la iglesia de la Pobla de Rouoredo.
En las comunidades campesinas de Entrambasaguas se puede vislumbrar una
cierta conciencia de clase ya que, aun no existiendo ningún tipo de revuelta
campesina contra los poderosos, se desarrolla un proceso de resistencia de los
campesinos respecto a los propietarios de la tierra, entendiendo esta
resistencia como “la acción lenta,
frecuentemente sostenida y permanente, de tiempo lento y largo, de rechazo
conjunto a las manifestaciones del poder, la coerción, etc.”
Resistencias que salen a la luz de manera indirecta en los documentos
contractuales, escritos que siempre muestran el temor de las instituciones al
engaño, al fraude, al incumplimiento de lo pactado, único recurso que le resta
al campesinado para oponerse a un sistema impuesto y de imposible escape,
resistencia que la autoridad intenta reprimir por medio de amenazas, sanciones
o, incluso, realizando una labor de inspección a través de hombres buenos, como
los que han de vigilar que los llevadores de una parte de la pumarega de
Vesaduras, situada en el entorno del río Eo, la planten de manzanos y recojan
las manzanas a mano, entregando en censo la mitad de las mismas. En relación
con el intento de relajación del pago de rentas, el obispo don Fernando en el
tránsito del siglo XIII al XIV acusa a la comunidad de San Esteban de la
Junquera (Coaña) de incumplir lo pactado con la Iglesia de Oviedo recurriendo a
engaños y olvidos que se han de suponer intencionados, máxime cuando desde la
suscripción del foro habían transcurrido varias generaciones.
Sin embargo, estas resistencias
campesinas se circunscriben exclusivamente al pago de rentas y al cumplimiento
de los foros, hecho al que las instituciones propietarias intentan poner freno
especificando unas cláusulas contractuales muy rigurosas, en cuanto a las
medidas y al cumplimiento de lo acordado entre las partes. Así, el intento de
reducir las cantidades entregadas como renta es lo que hace explicitar a los
propietarios la unidad específica de medición: la talega del Burgo de Ribadeo, la talega que anduviera en la tierra,
la medida del monasterio de Villanueva, la talega de la Puebla de Castropol…,
intentando evitar el fraude en el abono de las rentas en especie. En otras
ocasiones se expresa que el cereal o las castañas han de estar pisados evitando
cualquier tipo de estratagema encaminada a reducir la cantidad de cereal
entregado; o se especifica la
equivalencia y la calidad como ocurre con la cera que han de abonar a la
Iglesia de Oviedo los pobladores del monte de Cabannas Travezes (Serandinas) que será una livra de bona cera, limpia, dadoria e tomadoria, a diez e seys
onças la libra; o las docenas de pixotas
que los nietos de los de Sueyro han
de pagar a Villanueva de Oscos por los bienes que sus abuelos habían donado en
Salave, censo de diez doçeas de
peces, siendo cada una de a 13 pixotas la
doçea; y más incluso, evitan la negativa a pagar el foro aludiendo a la
imposibilidad de conseguir el producto como es el caso reiterado de los
salmones que, de no haberlos, se sustituirán por dos sueldos, su equivalente en
moneda.
Un estudio del tipo de rentas
entregadas por el campesinado local a los poderosos en este momento conduce a
la clasificación ya clásica de rentas percibidas en virtud de la propiedad de
la tierra (rentas patrimoniales), rentas debidas al poder jurisdiccional o
señorial (rentas señoriales) y rentas o derechos eclesiásticos, percibidos por
los poderosos a tenor de su participación patrimonial en las iglesias locales.
En el grupo de rentas patrimoniales son
englobados los censos abonados por los campesinos por explotar heredades de las
que no son propietarios y de las que disponen por tener un contrato de foro o
por obtenerlas subinfeudadas. Los propietarios percibían unas rentas que desde
finales del siglo XII y durante el XIII son tanto en especie como en dinero y
que varían según las características que tengan las heredades, ya sean terrenos
a roturar o espacios labradíos, o el interés específico que sobre la heredad
tenga el propietario: poblar, plantar e inxertar,
o incluso fijar un lugar de paso…
Las rentas señoriales eran
devengadas en virtud de las jurisdicciones que habían sido conferidas a las
instituciones eclesiásticas por privilegio real –a Corias la mandación entre
los ríos Vío y Porcía, a Villanueva de Oscos el coto de Santa Eulalia de Presno
y a San Salvador de Oviedo la Tierra del Suarón. Los derechos que anteriormente
percibía el monarca van a ser recibidos por la institución beneficiaria con lo
que los delegados del poder real van a ser sustituidos por los representantes
del nuevo poder jurisdiccional, ejerciendo las mismas funciones y percibiendo
por ello los mismos derechos. Los
hombres establecidos entre el río Vío y Porcía, entregaban desde finales del
siglo X cada año por los derechos jurisdiccionales “singulos solidos, singulos congros, singulas reguefas grandes,
singulos boves de nuncio ad mortem suam”
La Iglesia de Oviedo, que desde la segunda
mitad del siglo X y durante el siglo XI se había hecho con un importante
señorío dominical, suma en el año 1154 el señorío jurisdiccional sobre el
territorio identificado simbólicamente por el Castillo del Suarón. Los
campesinos vasallos del obispo suscriben en sus contratos de foro las cláusulas
específicas y así, los descendientes de Peley Barquero y de su mujer, que
habían roturado espacios incultos de la parroquia de San Esteban de la Junquera
que pertenecían a la mesa episcopal y, por tanto, bajo la jurisdicción del
obispo, se obligaban a pagar una renta patrimonial fija en cuantía de 150
maravedís pero, además, reconocían “seer
sus vasallos e non de otro e darlle el nunçio sin contienda e la mannería según
la usan en la tierra; e quando el obispo fuer en la tierra que lle fagan servicio”. Es
decir, los del linaje de Peley Barquero al igual que todos los linajes de
campesinos que trabajaban las tierras ajenas propiedad de las instituciones
eclesiásticas y que también estaban bajo su jurisdicción, estaban sometidos a malos usos como el nuncio, la mañería, el yantar y el hospedaje. Estas
cláusulas suponen una lesión importante de los derechos individuales de los
campesinos y un sometimiento contractual a los designios de la institución
señorial, siendo la tributación correspondiente al nuncio o luctuosa a entregar
en el momento en el que se produce el fallecimiento del titular la más gravosa:
10 sueldos pagan por luctuosa los foreros del coto de Santalla de Presno y la
entrega de una cabeza de ganado principal –un buey– que entregan los campesinos
que labran las heredades de Corias, entre el Vío y el Porcía, o las del obispo.
El yantar y el hospedaje también son habituales entre las rentas campesinas de
carácter señorial. Los vecinos de la Tierra de Entrambasauguas, cuando el titular del poder señorial visita el
lugar sobre el que ejerce la jurisdicción, deberán de ofrecerle hospedaje en
reconocimiento a su autoridad y como muestra de vasallaje. Ya en el siglo XIV
los habitantes del concejo de Castropol cada
anno quel obispo legar a la dicha villa an le dar los dichos sus vasallos a lo
menos un día de comer e fazerle serviçio commo a sennor. No obstante, no
parece que esta tributación sea homogénea para todas las aldeas ya que en Beyguyna han de dar quatro carneros e una
vaca quando vien el obispo a l<a> tierra; en Barres quinze maravedís de
longos quando viene el obispo a la tierra
Los
derechos eclesiásticos pagados por los feligreses a las iglesias locales ya
estaban generalizados en el siglo XII, y posiblemente aún antes, como
obligación que tenían todos los cristianos de contribuir al funcionamiento de
la Iglesia con la esperanza de obtener beneficios de carácter espiritual post mortem. De manera general, se puede considerar
que la tributación decimal se ejerce sobre todas las materias primas obtenidas
en Entrambasaguas, en especial sobre
aquellas que tienen un carácter menos perecedero y que, a la vez, son fáciles
de introducir en los círculos comerciales locales o pueden ser exportados hacia
áreas foráneas a través de vías terrestres, por medio de recuas de animales, o
vías marítimas, con la utilización de barcajes regulados por la normativa
suscrita con el villazgo próximo de Ribadeo. Entre todos los productos que
diezman, destacan una amplia gama de cereales, el lino y el cáñamo, o los
animales vivos –naçiones– que pueden
ser recolocados en el ámbito local, o incluso, la carne que se vende sobre todo
en las nuevas pueblas locales, a tenor del creciente número de referencias a
los carniceiros en el entorno de
Roboredo y Castropol durante los últimos años de la decimotercera centuria. Si
los productos anteriores son los que más ingresos aportan a las arcas de los
beneficiados de las iglesias locales, también muestran la continuidad en la
producción durante toda la Edad Media y aún antes, así como la expansión de
nuevos productos de cronología reciente como lo son el trigo o el vino que,
además, se caracterizan por ser anecdóticos tanto en cuanto al total de la
producción como a su extensión local, circunscribiéndose a parroquias que
cuentan con unas características bioclimáticas que las hacen sólo un poco más
aptas para su cultivo. Otros
productos que pueden ser calificados como secundarios en cuanto a su cuantía, y
por tanto a los beneficios que aportan, son incluidos en grupos genéricos
denominados de forma reiterada parias,
parias de San Juan o de forma
explícita menudencias. Este conjunto
estaría formado por productos poco rentables por su escasa cuantía y además
perecederos, entre los que se pueden citar algunos a los que hacen referencia
los repartos de diezmos efectuados en parroquias como la de Santiago de Abres o
San Esteban de Piantón, mencionando alimentos como la leche, los productos de
huerta –naval– y las legumbres y
frutas de temporada, con diferenciación expresa de la castañas que constituyen
un grupo aparte.
El
clero regular y secular. Su presencia en Entrambasauguas
El poder señorial (dominical y
jurisdiccional) que ejercía la Iglesia en la comarca, se debería traducir en
una presencia continuada de las figuras destacadas de cada institución,
presencia que, sin embargo, a lo largo del siglo XIII, da muestras de ser muy
eventual. En lo que respecta a la Sede catedralicia, en muchas ocasiones se
hallaba vacante y, en otras, su ocupación se producía durante un período corto.
A ello se uniría la lejanía existente de la Tierra respecto al núcleo episcopal
y la multiplicidad de intereses de los sucesivos obispos, tanto en el ámbito de
Asturias, como en el del Reino y en la esfera de la Curia. Sin embargo, en la documentación se hacen
continuas referencias a la posibilidad de que el obispo andovier en la Tierra en relación
con la tributación que obligaba a los ommes
de Entrerríos con su señor. Otras
figuras relevantes de la Iglesia de Oviedo, como los sucesivos arcedianos de
Ribadeo o, dentro de este Arcedianato, los arciprestes de Castropol, en
cumplimiento de sus funciones debían visitar anualmente sus circunscripciones,
aunque las referencias son casi inexistentes. Su escasa presencia parece
mostrar que cuando la Iglesia de Oviedo recibió la ingente cantidad de bienes
patrimoniales, se preocupó de ponerlos en explotación a través tanto del
aforamiento de las heredades individualizadas como del arriendo de los grandes
bloques patrimoniales, vinculados con feligresías, en los que se estructuraba
su patrimonio, unidades ahora denominadas celleros desde un punto de vista administrativo:
en el caso de la Mesa Capitular los celleros de San Salvador de Tol y de Santa
María de Cartavio y, en el caso de la Mesa Episcopal los de San Juan de
Trelles, San Cosme de Villacondide, Santa María del Monte, Santiago de
Castropol, San Juan de Moldes, Santa Cecilia de Seares y Santa Eulalia de
Presno. Los perceptores de estas rentas son miembros del Cabildo, canónigos
que, a su vez, las ceden a miembros de la nobleza local, por lo que tampoco
hace necesaria su presencia en la Tierra, y lo mismo ocurre con el obispo que
delega en la figura principal del encomendero, que ha de proteger sus intereses
económicos, y en los magistrados y oficiales que velarán por el buen funcionamiento del
concejo.
Si las grandes figuras de la Iglesia
de Oviedo, tanto los miembros del Cabildo como el propio obispo, reducían al
máximo su presencia en la zona, las citas al clero parroquial se hacen
continuas a lo largo del período, en especial al actuar de testigos en diversos actos, pero también como protagonistas de los
mismos. Referencias a clero que parece ejercer la titularidad sobre una
feligresía: de Villa Condide, de
Cartavio, de Salave, de Barres, de Santa
Alla de Presno; y que en algunas ocasiones se explicita en detalle su
capellanía como en el caso de Dominicum
Garsie et Rudericum Iohannis, clericos ecclesie Sancti Iacobi de Avre
(Abres), lo que da a entender que, en
aquel momento, en cada parroquia podría haber más de un tonsurado, aunque uno
de ellos ejerciera la titularidad de la capellanía. También dan muestra de
tener una cierta movilidad interparroquial, como se constata en el caso de Pedro Eanes que, en el año 1275, figura
como clérigo de Senares (Seares) y
quince años más tarde como clérigo de Meudes
(Miudes). Otros clérigos, que parecen no disponer de parroquia, se relacionan
con aldeas de donde pueden ser originarios como el Ferrán Peláez de Meou o el Pedro Martínez, clérigo de Trío, lo que puede dar muestras de su extracción
social dentro de las comunidades de aldea, conjeturando un ascenso social de
algunos miembros del campesinado o su vinculación con los grupos de hidalgos
locales, lo que explicaría su número elevado. El clero local no da muestras de
ser un grupo homogéneo y quizá este origen diferenciado les marque en su
trayectoria posterior y, así, en algunas ocasiones, aparecerán como clérigos personeros, vinculados a un noble lo que
les convierte en dependientes del linaje nobiliario al igual que lo serían los
“ommes de…”, término ambiguo que, a
veces, se identifica como criado, otras como hombres de armas – escuderos–, o simplemente vasallos.
En este sentido habría que entender la referencia a Suerus Paiz de Vila Maior, presbiter personarii que aparece
testificando en un documento de mediados del siglo XIII.
Además de su función como clérigos d´epístola como así se les define en alguna ocasión,
acaparan en algunos casos funciones públicas, fácil de entender en una sociedad
cuyo nivel de iletrados sería prácticamente total y donde aquellas personas con
dominio de la lectura y escritura serían demandados para formalizar cualquier
acto oficial. En este sentido, Rodericus
Petri, presbítero cappellanus de Ripaeuve et notarius, une a sus funciones
eclesiásticas como clérigo capellán en Entrambasauguas,
otro cargo muy valorado y lucrativo como es el de notario, y como tal levanta
el acta testamentaria de Raimundo Díaz concediendo el monte de Guiar a
Villanueva de Oscos en el año 1220 y, unas décadas antes, en el año 1153, será
otro clérigo, Martinus, presbiter, el
que actúe como escribano en el acto de donación que efectúa Onega Ramírez,
antepasada de Gonzalo Menéndez, de sus bienes en Villar de Piantes y en Gío.
Sin embargo, según avanza el siglo XIII, estas funciones públicas van siendo
acaparadas por funcionarios específicos, lo que viene a constatar que las
labores de escribanía efectuadas por estos clérigos se vieron reducidas a tenor
del desarrollo del régimen concejil, primero asociado al Suarón y luego ya
vertebrado en la organización de las pueblas, con el nombramiento de cargos de
notarios y escribanos. Se observa en el grupo la posibilidad de ascenso ya que,
alguno de ellos, culmina su dilatada trayectoria como clérigo y capellán
ejerciendo de arcipreste de Ribadeo. Así Pedro Fermoso en el año 1270 consta
como clérigo de Seares y en el año 1272 como arcipreste de Ribadeo.
El clero secular es numeroso y está
fuertemente arraigado en el ámbito aldeano del que procede ya que su condición,
en este momento, parece constituir una válvula de escape tanto para hijos
postergados de familias de hidalgos como para algunos miembros del campesinado.
A este arraigo campesino por su origen, hay que sumar el que compartan el mismo
interés por la apropiación de la tierra y, así, serán frecuentes los actos en
los que los clérigos actúan como compradores o donantes de heredades. Y, al
igual que ocurre en los actos de transmisión patrimonial efectuados por otros
grupos sociales, campesinos o nobles, actúan junto a sus mujeres y
descendientes, que parecen ser reconocidos en paridad de derechos respecto a
los matrimonios convencionales. Así, el clérigo Rodrigo Pérez, junto con Toda
Saco con la cual tiene varios hijos, compra a su hermano su parte en un casal
en Salave en el año 1269 y siete años más tarde parece que se instalan en la
Puebla de Roboredo pues compran allí una casa valorada en más de 600 sueldos.
Igualmente, el capellán de Seares y luego arcipreste de Ribadeo, Pedro Fermoso,
compra a un grupo nobiliario local (Mayor Raimúndez y su hijo Fernando) la décima
parte de una yuguería en la villa de Seares, bienes que luego son donados a
Villanueva de Oscos y que explotan sus descendientes, entre ellos el clérigo de
Miudes.
El
clero regular, perteneciente a instituciones con un amplio patrimonio en la
zona, como es el caso de San Juan de
Corias o Santa María de Villanueva de
Oscos, también hace notar su presencia de manera continuada en la Marina
occidental, en especial los frailes de Villanueva por su mayor proximidad
geográfica. Un hecho constatable, al igual que ocurre en el caso del clero
secular, es su origen local y, en muchos
casos, procedentes de las familias hidalgas. Así, algunos ingresan en el
monasterio próximo de los Oscos, ya sea como novicios, tal es el caso del
descendiente de los hidalgos propietarios de Montouto que ceden gran parte de
la aldea a Villanueva, o incluso como monjes conversos en las fechas de su
mayor expansión durante las primeras décadas del siglo XIII. La residencia con
carácter permanente del clero regular entre los ríos Navia-Eo durante este
periodo parece un hecho constatado: Monjes conversos ocupaban las granjas de
Villanueva de Oscos, siendo ejemplos Guiar y Balmonte durante la primera mitad
del siglo XIII, monjes que en torno al núcleo de Santa Eulalia de Presno son referidos
con asiduidad. Un monje de Villanueva era residente en el monte de la Candanosa (Candosa) siendo expulsado por
los hidalgos vinculados a la Puebla de Roboredo en un momento incierto en torno
al 1300, y que ejemplifica cómo la comunidad de Villanueva tenía a sus
efectivos distribuidos de manera muy heterogénea y que, en este caso al menos,
parece una reminiscencia de los antiguos monjes eremitas a los que Alfonso VII
les concedió el privilegio fundacional y que se encontraban asentados en los
montes en torno a Santa Colomba y Balmonte.
La nobleza local. De la aristocracia a la
hidalguía
La nobleza local ya durante el XIII, está asentada
de manera prioritaria en espacios concretos de la zona, origen de las casas
nobiliarias que se van a extender y continuar durante la Baja Edad Media: La
casa de Abres, los Villamil, los Lantoira, los Presno, los Moldes, los
Donlebún, los Trelles…Estos linajes comarcanos dan lugar a una articulación
expresa entre parentesco y espacio formando lo que Anita Guerreau-Jalabert
denomina “topolinaje”.
La gestación de la nobleza local, de
segunda fila y apartada de las más altas esferas aristocráticas, corre caminos
paralelos en el tiempo a la pérdida de sus bases patrimoniales en beneficio de
las instituciones eclesiásticas y a su distanciamiento de los cargos públicos
privativos de una aristocracia próxima a la monarquía y por tanto ya alejada de
Entrambasauguas. La lejanía de la
Corte provoca que aquellas familias que no modifiquen su área de influencia
queden relegadas de las jefaturas de las grandes empresas reconquistadoras y de
los más altos cargos del gobierno y la administración; experimentan una merma
en sus ingresos vía mercedes y donaciones regias al mismo tiempo que se
asientan en aquellos lugares dentro de la comarca donde tienen más propiedades,
establecen vínculos con las instituciones eclesiásticas de mayor poder y
acaparan los cargos delegados de la administración local –tenentes u oficios
como alcaldes, jueces, notarios...–; o llevadores de sus rentas –encomenderos–
y arrendatarios de gran parte de las tierras de estas instituciones.
La nobleza acapara todos los cargos públicos
asociados primero al Honor del Suarón y, posteriormente, cuando se fundan las
Pueblas de Roboredo y Castropol, ejercen los cargos concejiles: jueces, alcaldes,
oficiales… Desempeñan oficios privados que les reportan ingresos considerables
entre los cuales el principal es el de ser encomenderos de los conjuntos
patrimoniales de las instituciones eclesiásticas, y prestan servicios de
defensa y protección, siendo los tenentes aquellos que ocupan el lugar
privilegiado. Parece que todo ello se hace inherente a esta nobleza de segunda
fila que, en muchos casos, aún ocupando cargos que tienen un carácter temporal,
éstos se convierten en vitalicios y en algunos casos hereditarios o permanentes
dentro de un mismo grupo familiar. Los cargos conllevan la percepción de unos
ingresos que les van a permitir mantener su estatus privilegiado, hecho que su
patrimonio solariego no les consentía y, de igual manera, les sitúa en una
posición desde la que pueden ejercer presión sobre los propietarios de la
tierra, para que les cedan la misma para su explotación indirecta, ya que estos
van a intentar conseguir su apoyo.
El cargo de tenente era el más
importante de todos los que la nobleza local podía ostentar, con funciones de
gobierno y administración del espacio a
título de beneficio. Eran los alcaldes del castillo del Suarón, los castelleros como se les denomina en
algunas ocasiones, y podían delegar funciones entre sus caballeros vasallos,
por lo que se generaba una trama de fidelidades y de vínculos asociativos de
tipo familiar. La extensión del espacio a administrar obligaba a los tenentes a
delegar funciones entre personajes allegados pertenecientes a grupos
nobiliarios locales más secundarios que, cada vez más, van a aparecer como
testigos de actos que suscriben los tenentes y que, también de manera
progresiva, van a ser identificados por su origo,
el origen familiar primigenio y lugar donde este grupo tiene localizado su palacio
referencial. En este sentido, cuando tras la muerte de Menendo Peláez, después
de una dilatada carrera como tenente de Entrambasauguas,
su hijo Gonzalo Menéndez adquiere esta tenencia, obtiene también algunos
beneficios patrimoniales que su padre tenía asociados con seguridad merced a su
influencia en la comarca. Entre ellos estaba la explotación de la villa de San
Martín de Bourio que ahora pasa a manos de su hijo quien se compromete a
beneficiar al monasterio de Villanueva, al menos a no causarle contradicción
alguna, lo que suscribe en un acto pactual y de cesión de atribuciones mutuas
en áreas de influencia colindantes como lo son la comarca de los Oscos y la
rasa costera. El contrato es realizado in
villa Sancta Eulalie de Presno y la trascendencia del vínculo establecido
entre la más cercana institución eclesiástica, todavía en expansión
patrimonial, y el más poderoso hombre de Entrerríos,
obliga a que estuvieran presentibus
multis bonis hominibus de tota terra, y que fuese testificado por una serie
de caballeros, domnus Suerius, domnus
Alvarus, Petrus Suerii de Gandra, Guter Suerii, Gundisalvus Gallus, Pelagius
Gallus, Garsia Gallus, miembros de linajes de impronta local que, a su vez,
tenían intereses tanto con Villanueva de Oscos como con el nuevo tenente.
El vocabulario que designa a los
individuos que conforman este grupo va a ser reflejo de la evolución que
experimenta este estamento: durante la segunda mitad del siglo XII desaparecen
las referencias en la comarca al título de conde. A partir de este momento el
apelativo de domno va a identificar a
aquellos individuos que ocupan los puestos más relevantes del estamento
nobiliario, tanto por sus bienes patrimoniales como por la trascendencia de los
cargos públicos que ostentan en la Tierra, denominación que va a perdurar en
los siglos siguientes. A este término se van a unir otros que van a designar a
personajes relacionados más con el oficio de las armas que con la
administración pública, como el de miles,
calificación que reciben dos de los testigos de la donación efectuada por
Marina Ibáñez de la cuarta parte de cuanta heredad tiene en la aldea de Trío.
Presencia de estos individuos que es más significativa si se considera que al
citar esta villa, el monasterio de Villanueva, hace continuas referencias a la fidalguía de Trío. No obstante, el
término militar –miles– no puede ser
considerado como el escalafón más bajo del grupo nobiliario durante los siglos
XII y XIII en la comarca, ya que, al igual que Gundisalvus Gallus, del linaje posterior de DonLebún es considerado
miles, a renglón seguido Gundissalvus Fernandi de Genestoso se
indica que es armiger, es decir un
hombre de armas que a tenor de su origo
es persona foránea que ha de trabajar por una soldada. Si hasta aquí el léxico
ilustra sobre la heterogeneidad del estamento nobiliario local habrá que
incluir aún nuevos vocablos como el genérico de caballero, así el Gunçalvo Paez, cavaleyro de Barres o el
Nuno Rodríguez, cavaleyro, que actua
de testigo en una donación de bienes
situados en Río de Seares y Barres, individuo al que el escribano del documento
diferencia, dentro de su categoría, de otro testigo, Diego Pérez, escudeyro.
Aquí, entre caballero y escudero, parece que vuelve a verse la diferencia
mostrada previamente entre el miles y el armiger, el militar y el soldado,
diferencia que marca no sólo una distinción respecto a las artes militares,
sino también una mayor diferencia en cuanto a su estatus socioeconómico.
En los primeros años de la
decimotercera centuria aún son escasas las referencias a las magistraturas
(jueces, alcaldes y oficiales), siendo ya mucho más usuales con el desarrollo
del régimen concejil asociado a las dos villas, y la proliferación de pleitos y
actos notariales desde finales de este siglo. En el año 1213 aparece la primera
mención a la existencia de dos alcaldes en la Tierra de Ribadeo, Garsia Froyle et domno Garino alcaldibus
existentibus, que siendo ambos de extracción nobiliaria la mención del
segundo va a mostrar que es un personaje muy conocido en el ámbito de la
comarca, lo que hace que no sea necesario el establecer el apellido, aunque se
le intitule como domno, este aspecto
se hará incluso más evidente en referencias a otros cargos posteriores
referidos con el apodo, como es el ejemplo de Lopillón, hidalgo de gran influencia en la puebla y concejo de
Roboredo, municipalidad en la que ostenta la alcaldía en diferentes años; cargo
que ocupa al mismo tiempo que adquiere diferentes propiedades agrarias en la
zona, tanto por compra como aforadas de las instituciones eclesiásticas.
A pesar de ser los tenentes, como
representantes del poder señorial, los máximos cargos en la zona, serán las encomiendas los servicios que
proporcionarán a la nobleza local los mayores ingresos. Cada institución
eclesiástica delegará el cobro de sus rentas en personajes de alguno de estos
linajes que percibirán por tal función una cuantía fija, la commenda; y, a su vez, la institución
propietaria con la cesión esperará dejar sus bienes bajo la protección directa
del encomendero. El pago de la renta al encomendero corre a cargo del
campesino, sumando un incremento más a sus exiguos ingresos. Al observar las
menciones a encomenderos se detecta como, en algunos casos, el propio tenente
puede ejercer la encomienda. Así, don Gonzalo Menéndez, a mediados del siglo
XIII adquiere la tenencia del Suarón de mano del obispo y, a su vez, es
encomendero del monasterio de Villanueva en la Tierra de Ribadeo,
institución que, en la misma época ha cedido la encomienda de Pesoz a otro
personaje relevante, Pedro Díaz capa
Travesa, nieto de Sancho Núñez. No se puede considerar por tanto que cada
uno de estos linajes establezca una vinculación específica con una institución
determinada, ya sea la Iglesia de Oviedo o cualquiera de los grandes
monasterios con patrimonios importantes en Entrambasauguas,
y sí que estos grupos establezcan vínculos privilegiados con todas ellas, como
así se puede corroborar a partir del personaje anterior, Gonzalo Menéndez, que
siendo tenente del Obispo y encomendero de Villanueva, sienta sepultura
intramuros de San Juan de Corias, lo que indica aún una mayor relación con este
monasterio.
La
“élite” de la nobleza local va a establecer respecto al grupo más numeroso de
nobles de segunda fila, muchos de ellos simples hidalgos, unas relaciones de
dependencia y vasallaje propias del sistema feudal; son los hombres de armas,
escuderos, caballeros vasallos, onmes de…
que forman auténticos grupos familiares. Así,
en la concordia efectuada entre el abad de Villanueva de Oscos, don Pelayo, y
don Lope Pérez, dito Traveso, en el
año 1266, interviene de parte del segundo, Pedro Ibáñez de Lousada “cavaleiro vassalo de Don Lupo” que a la
sazón es tenente de Burón y ha desarrollado una red clientelar entre la que se
encuentra Pedro Ibañez, que además de ser hombre leal a quien asume la tenencia
de una comarca próxima, también ocupa puestos inferiores pero importantes de la
administración ya que lo encontramos desempeñando la alcaldía de Riparia de Santi en el año 1249. Son
vasallos que, en algunas ocasiones, deben de repartir fidelidades a personas
con intereses divergentes como así parece acontecer en el conflicto entre
algunos de los hidalgos de la Puebla de Roboredo que incumplen lo acordado con
su señor el obispo de Oviedo para favorecer a su encomendero Alvar Pérez,
personaje del cual obtendrían prebendas. De esta manera, los vasallos de las
figuras más importantes de la nobleza local pueden figurar como sus mayordomos
en un área determinada. Así, en un acto tan importante como la cesión de la
mitad del monte de Guiar a Alfonso Raimúndez y su familia en el año 1266,
llevado a cabo en la misma sede monástica de
Villanueva, actúa como testigo “Gunzalvo
Suárez, maordomo de don Gunzalvo in terra d´Oscos”, vasallo del tenente del
Obispo en Entrambasauguas que,
incluido en su grupo clientelar, parece recibir cargos delegados en la zona de
Oscos, máxime en un momento en el que el tenente ha acaparado toda la tenencia,
viéndose obligado a delegar en hombres de confianza.
Otros
grupos sociales: artesanos, comerciantes, oficios de la mar…
De forma cada vez más reiterativa,
van a aparecer referencias a miembros de nuevos grupos sociales que, del mismo
modo que incrementan su número y presencia, dan muestra de una gran diversidad
y de una cada vez mayor relevancia socioeconómica: multiplicidad de oficios
artesanales (çapateyros, ferreyros,
pelliteyros…), de pescadores (pulpeyros),
comerciantes (carniceyros, taberneyros…)
que, aunque se puede considerar que son oficios llamados a experimentar un
incremento considerable a partir de las últimas décadas del siglo XIII, con el
desarrollo de los núcleos urbanos de Roboredo y Castropol, ya se veían
presentes a lo largo de toda esta centuria.
Los artesanos que mencionan las
fuentes, cada vez más frecuentes según se avanza hacia el siglo XIV, están
relacionados con labores de transformación de materias primas al objeto de
obtener productos básicos, tanto para el desarrollo de las actividades agrarias
como para uso personal. Así se reseñan zapateyros,
como el Estevan çapateyro que confirma la venta entre particulares de un
casal en Villadún en el año 1279; peleteros como Pedro Martínez, peleteiro, y Pedro Peláez, peliteyro, que ya aparecen asentados en
la puebla de Roboredo en los años 1275 y 1276, respectivamente; ferreyros, como García López, dito ferreyro, que actúa como “hombre
bueno” de doña Marina de Tauradella en el pleito sentenciado en el año 1279
entre esta señora, viuda de un Raimúndez, y el monasterio de Villanueva de
Oscos; o los dos petrarius (canteros)
que también figuran como testigos en el contrato de foro de las dos terceras
partes del monte de Guiar por parte de cuatro campesinos en el año 1247.
Existen otros oficios que resultan más curiosos, al menos por el número
reducido de individuos que los desempeñan. Así, la referencia a Pedro de
Bustapena que actúa como testigo en el foro del monte de A Espineira en el año 1289 y que es denominado jograr, actividad de juglar que, aunque sea una excepción en la
totalidad de oficios, da muestra de la gran variedad de los mismos.
Las
actividades comerciales son representadas también por oficios diversos
entre los que destaca el grupo de los carniceyros,
como Pedro de Dios carniçeyro que
actúa como testigo de la venta efectuada por Juan Péliz de Jares, ejemplo de
uno de los herederos de la nobleza local que se desprende de su herencia en
Trío en el año 1281; o el Lorenzo, carniçero,
que también aparece testificando en una donación en Calzada de Seares en el año
1290.
Existe un documento que muestra el
desarrollo de las actividades comerciales a finales de la centuria. Se trata de
la carta de sentencia que se dio sobre “el
cargo y descargo” del concejo y
Puebla de Roboredo con el Burgo de Ribadeo en el año 1282, al
objeto de organizar las actividades comerciales entre ambos concejos de forma
pacífica en torno a la Ría del Eo. La sentencia muestra la existencia de un
comercio organizado utilizando recuas de animales conducidas por individuos que
se dedicarían en exclusiva a este oficio, tanto en los períodos de mayor salida
de los productos de la tierra, como en aquellos otros períodos de déficit de
productos básicos, en especial el pan y el vino, que serían transportados desde
Castilla, actividad comercial que estaría aún más desarrollada con Galicia.
Para dar avituallamiento a los individuos que conducían las recuas de animales
desde fuera de la comarca y a lo largo de ella se multiplicarían, a partir de
este momento, las ventas o posadas situadas en los enclaves más idóneos para el
tránsito. En este sentido es ilustrativo el foro perpetuo que se suscribe en
Santalla de Presno en el año 1430: lo aforado es una molinera junto al río de
Balmonte con una leira junto al molino; se hace alusión a una realidad
existente desde mucho antes ya que la comunidad de Villanueva permite que los
aforadores y sus descendientes establezcan allí una taberna, como la que los
antiguos llevadores tenían, y tengan la posibilidad de comprar y vender. El
establecimiento se erigía en un cruce de caminos antiguos, provenientes tanto
de la otra vertiente de A Bobia con dirección a la Marina como la vía de
comunicación que recorría la Sierra desde Armal hasta el interior de Vegadeo
para descender hacia la desembocadura del Eo, siendo por tanto un lugar de
tránsito permanente.
El comercio marítimo, efectuado a
través de pinazas y bateles, que permiten un transporte con base en las
barquerías que en esta centuria experimentan un gran auge, van a dar oficio
creciente a un gran número de individuos asentados en lugares como El
Espín-Barqueros, San Román, Salías, A Galea…, incrementando su trascendencia a
partir de la fundación de los núcleos urbanos.
A estos oficios asociados al transporte de mercancías a través de los
estuarios del Navia, el Eo y también, aunque en menor medida, el del río
Porcía, habría que unir los vinculados a la pesca, actividad creciente en los
diversos puertos naturales como los homónimos de Porto, en la desembocadura del
Navia y del Eo, en el de Viavélez, o los de Tapia o Santagadea. El Navia y el
Eo que delimitan el espacio Entrerríos o Entrambasauguas
supusieron, hasta bien avanzado el siglo XX un lastre a las comunicaciones
Este-Oeste, limitación que era subsanada con el uso regular de un servicio de
transporte, a lo que en fechas tempranas hace referencia el oficio de barquero,
actividad que ya en el siglo XIII era asociada a personajes como Johan Rabada Passa Mar o Domingo Passamar que facilitaban el paso a través de la Ría del Eo;
ejemplos que habría que sumar a la información que aporta la toponimia con la
designación de aldeas como Barqueiros en Coaña. Si la pesca era actividad
frecuente, ya que desde el siglo X hay referencias continuadas a la captura de
congrios, salmones y pixotas, cada vez más se constata la alusión a tareas de
pesca específicas desempeñadas por oficios concretos y, así, la figura de pulpeyro va a destacar entre ellos:
Pedro, pulpeyro de Porto, aparece
como testigo en dos documentos fechados en 1272 y 1284, individuo que podemos
considerar vecino de la actual aldea de Porto
de Abaixo, limitánea con A Veiga, en la parroquia de Villaosende, ya que
los demás testigos proceden de lugares próximos (Trabada, Abres, Miou, Porzún…)
Las nuevas pueblas van a suponer
desde sus inicios un punto de atracción tanto para los oficios concejiles como
para artesanos y comerciantes. Así, en los primeros documentos alusivos a estos
villazgos proliferan las citas a zapateros, carniceros, herreros… que van a
encontrar en estos enclaves urbanos un
mayor número de consumidores, un mercado semanal donde poder expandir sus
productos hacia el alfoz y núcleos urbanos y portuarios importadores y
exportadores de mercancías transportadas tanto con recuas de animales como utilizando pínazas y bateles, lo que va a
provocar que se incremente el número de personas dedicadas a estas
transferencias. De igual manera se produce una focalización de los núcleos
pesqueros, núcleos que proliferarán a lo largo del siglo XIV desde Porto de
Abaixo, al otro extremo de la Ría del Eo, hasta Porto en la Ría de Navia; y,
entre ellos, enclaves importantes que experimentarán un incremento considerable
de su población, dedicada a actividades pesqueras, como El Espín, Viavélez,
Tapia, Santagadea o Figueras.
La atracción ejercida por estos
oficios resulta evidente si se contempla desde la óptica de la expansión del
aprovechamiento de materias primas utilizadas tanto para el consumo como para
la exportación: la carne y el pescado, la madera, el vino, el hierro…, parecen
ser productos con un gran futuro desde finales del siglo XIII. E, igualmente,
las personas que se vinculan con la explotación, comercialización y transporte
de estas materias van a experimentar un auge notable en cuanto a su estatus
socioeconómico que se mostrará en la participación en los oficios concejiles,
la adquisición de propiedades inmobiliarias (tierras y casas) y el poder económico que acumulan. Respecto a
los oficios concejiles, aunque estaban acaparados por los miembros de los
grupos nobiliarios, aquellos de menor entidad podían comenzar a tener acceso a
ellos individuos pertenecientes al grupo de los artesanos y comerciantes. La
adquisición de propiedades inmobiliarias, por parte de los artesanos y
comerciantes, es un hecho contrastado durante las últimas décadas del siglo
XIII en especial en los villazgos de
nueva creación: en la villa de Roboredo en el año 1276, unos cinco años después
de su fundación como puebla, se produce la venta de una casa que es propiedad
de un matrimonio foráneo, Pedro Díaz de Eira
Mola y Mayor Fernández; si la venta es realizada por hidalgos, ya que la
mujer al menos pertenece al grupo nobiliario de los Raimúndez, lo curioso es
quién compra la propiedad y con qué otros propietarios limita la misma: los
compradores son el clérigo Rodrigo Pérez y su mujer, Toda Saco, y el solar y la
casa limitan con otras dos plazas y casa de Pedro Peláez, peliteyro, y un tercer solar de Fernán Traveso, con probabilidad
primo de la vendedora. La propiedad de estos inmuebles, limitáneos todos ellos
con la rua del Rey, señala una
estructura social diversificada donde se coloca en el mismo plano de igualdad
dentro del núcleo urbano a los herederos de los grupos nobiliarios, que supuestamente
tienen el dominio de la aldea de Roboredo desde antiguo, y a los nuevos
compradores pertenecientes a grupos dispares: el clero y el artesanado,
representado en este acto por un peletero que ha adquirido al menos en la
puebla dos solares con las respectivas viviendas.
4. La organización
político-administrativa y eclesiástica
La
organización parroquial. El Arciprestazgo de Castropol
En
el contexto de expansión y jerarquización de los núcleos rurales surge la
parroquia, que va a aglutinar a un conjunto de aldeas y caseríos dispersos y
que, superando su carácter religioso, ejercerá funciones jurídico-públicas.
Ocupa, en cuanto a la organización del espacio, un lugar intermedio entre la
aldea, que incluye el núcleo habitado y los espacios anexos, y el Concejo de la
Puebla de Roboredo primero y de Castropol posteriormente. Las parroquias de Entrambasauguas lejos de generarse exnovo como una organización pergeñada a
comienzos de la decimosegunda centuria, surgen de las antiguas ecclesiae y cenobios altomedievales y,
posteriormente, van a aglutinar una serie de aldeas que irán apareciendo con la
expansión del poblamiento a lo largo de los siglos XII y XIII. Así habrá
parroquias que se corresponden con una aldea; son ejemplos aquellas de
configuración antigua y que no han multiplicado las aldeas dependientes por
nuevos asentamientos; en general se trata de aldeas parroquia costeras de
poblamiento antiguo: Santa María de Cartavio, San Salvador de Balmorto, San
Andrés de Serantes, Santa Cecilia de Seares…Han visto incrementarse su
poblamiento con nuevos caseríos, villares o barrios disociados pero no han
generado aldeas limítrofes. El ejemplo contrario viene dado por aquellas
iglesias que han aglutinado un gran número de aldeas debido al incremento de
asentamientos durante los siglos XII y XIII y, en este caso, son significativos
los ejemplos de San Esteban de Piantón, parroquia de la cual pasarán a depender
la mayor parte de las aldeas del actual concejo de Vegadeo, principalmente
aquellas que se extienden en la vertiente norte de la Sierra de A Bobia, todas
ellas vinculadas con un fenómeno repoblador desarrollado durante la
decimosegunda y decimotercera centurias (Vijande, Molexón, Montouto,…); de
Santiago de Abres (Guiar, Graña de Guiar); de Santa Eulalia de Presno (Murolas,
Vilarín, Monteavaro, Folgueiras…); o de Santa María de Miudes.
La parroquia va a constituirse en el
referente social de las comunidades aldeanas donde se encuentran integradas,
aglutinará las solidaridades vecinales que caracterizaban a los núcleos
aldeanos y, por ello, el ser feligrés de una determinada parroquia unifica a
sus pobladores entre los que son frecuentes los lazos parentales, al igual que
lo hacía el ser convecino de una determinada aldea: les unen los vínculos
socioeconómicos de dependencia, el devenir histórico común, los actos festivos
y luctuosos…
La
tierra de Entrambasauguas se va a
identificar administrativamente desde el punto de vista de la organización
eclesiástica con el Arciprestazgo de Ribadeo, denominado a partir del siglo XIV
Arciprestazgo de Castropol, que agrupaba a todas las parroquias situadas entre
ambos cursos fluviales y quedaba incluido, a su vez, en la unidad superior
constituida por el Arcedianato de Ribadeo caracterizado por su gran extensión y
por su lejanía al núcleo episcopal.
El número de parroquias del
Arciprestazgo de Castropol que integran el estadismo diocesano en el siglo XIII
es de veintinueve, cifra que permanece invariable en las fuentes de finales de
la Edad Media. La referencia nominativa al título de las parroquias, es decir
la advocación de las mismas, es bastante anterior a la formación del parroquial
durante los primeros años del siglo XII y se remonta, en la mayor parte de los
casos, a los siglos X-XI, siendo ya referidos en la documentación de la
Catedral de Oviedo o en el del Monasterio de Corias bien como antiguos cenobios
familiares o como ecclesiae.
Figura 2: La organización parroquial (ss. XII-XIII).
El Arciprestazgo de Castropol.
Parroquias: 1 Santiago de
Abres (Arciprestazgo de Miranda); 2 San Esteban de Piantón; 3 Santa Eulalia de
Presno; 4 Santiago de Castropol (finales s. XIII); 5 San Juan de Moldes; 6
Santa Cecilia de Seares; 7 San Salvador de Piñera; 8 San Salvador de Tol; 9 San
Esteban de Barres; 10 y 11 San Andrés de Serantes (feligresías de Baxo y de Çima); 12 San Esteban de Mántaras; 13 San Martín de Mántaras; 14
Santa María del Monte; 15 Santa María de Campos; 16 San Salvador de Malmorto (Salave); 17 San Juan de
Prendonés; 18 Santa Eulalia de Valdepares; 19 San Miguel de Moyzes; 20 Santa María de Miudes; 21
Santa María de Cartavio; 22 San Martín de Mohías; 23 Santiago de Folgueras; 24
San Esteban de La Junquera; 25 San Cosme de Villacondide; 26 San Juan de
Trelles.
Parroquias
limítrofes:
27 Santa Marina de Serandinas; 28 Santiago de Boal; 29 San Juan de Ouria; 30
Santa María (Magdalena) de Doiras.
Fuente: Libro Becerro, f. 302r-440v, año 1385-86.
Bases
cartográficas:
IGN (2010): Base Cartográfica Nacional a escala
1:200.000, Centro Nacional de Información Geográfica (Centro de Descargas).
IGN (2011): Modelo Digital de Terreno MDT200, Centro Nacional de Información
Geográfica (Centro de Descargas).
Elaboración propia.
Cada una de las iglesias se erige en
centro de fiscalidad para sus parroquianos. La tributación eclesiástica, en
especial el diezmo, fue implantada de forma obligatoria y de manera
generalizada a partir del siglo XII y será el principal sustento económico de
las parroquias y una fuente de ingresos considerable para los beneficiarios.
Los diezmos van a suponer la mayor fiscalidad ejercida sobre la tierra, siendo
de obligado pago por los campesinos beneficiándose de estos gravámenes tanto
las instituciones eclesiásticas como la nobleza e incluso la monarquía. Otro
capítulo, dentro de los ingresos parroquiales, lo constituyen las primicias
como impuesto en especie, tomando como base del pago la escanda. Eran
entregadas una vez al año, en el momento de la recolección, por todos los
cabezas de familia, incluidas las viudas que debían pagar la mitad, siendo
percibidas íntegramente por los capellanes de las parroquias y, aunque su
cantidad es muy reducida respecto a los diezmos, al ir enteramente a la
capellanía, ésta se beneficiaría de un tributo fijo anual que habría que sumar
a la fracción de diezmos correspondiente y que permitiría a los capellanes el
sustento en cereal panificable así como poner en circulación comercial los
excedentes para generar un acopio monetario, lo que explica que los capellanes
de muchas iglesias participen en la compra de heredades productivas junto con
casas y casales durante este período.
Un conjunto, amplio y diversificado,
de tributos eclesiásticos era el constituido por las ofrendas manuales y de pie de altar que los feligreses entregaban a
las iglesias, en relación con cualquier acto religioso que les afectara a lo
largo del ciclo vital. Incluyen una gama abundante de ofrendas que son
satisfechas tanto en dinero como en especie y, en algunos casos, como en los
actos fúnebres, superan el propio acto religioso abarcando un periodo a
posteriori donde se sigue teniendo en cuenta al difunto pero también la
percepción de ingresos. Estas ofrendas iban, en un principio, destinadas al
capellán pero luego recaían en quien poseía el patronato; en otras ocasiones,
eran repartidas ajustándose a la partición de los diezmos como se puede
observar en la feligresía de Tol:
… y que todo lo que entra de la puerta
adentro se reparte segund los diezmos. Salvo quel día de todos los santos
quando se ofresçe por los difuntos la ofierta que se da al capellán dentro del
coro de la iglesia está en posesión de la levar esentamente y las otras que
quedan de fuera se reparten segund los diezmos. E que quando acaesçe de
fallesçer algund feligrés debía el mejor bestuario que tenía el qual se repartía
como los diezmos y quanto se le fasçen los oficios por el tal feligrés se
ofresçe en todos ellos diez quartos de carneros y diez obladas grandes y diez
pichetes de quarentena que son catorce maravedís y medio y de diezmos forales
que se da por el defunto que es un Chopin, la meytad de trigo y la otra mitad
millo, se reparte segund los diezmos (…) e que quando fallesçía el tal feligrés
se ofresçían nueve días por él, en que se davan nueve obladas las quales se repartían
segund los diezmos…
La tendencia general a lo largo del
tiempo es que los beneficios eclesiásticos parroquiales, aunque diferenciados
en diferentes capítulos, sean contabilizados de manera global a la hora de efectuar el reparto; y así, el
escribano del Libro Tumbo de Villanueva de Oscos al redactar la descripción de
las rentas eclesiásticas de Santalla de Presno afirma que
…el
monasterio lleva de todo este Benefficio la mitad (anteriormente estaba
escrito la tercia) parte enteramente de
todos los diezmos de çenteno, trigo, escanda, millo, avenas, çevada, y todos
los demás granos que dios diere. Ansí mismo de toda la dezmería de por San
Juan, de cabritos, corderos, jatos, pollos, toçino, lino y lana, y de todo el
yngreso de la yglesia, que es la ofrenda del día de difuntos y de las tres
pascuas de el año, vestidos, funerales y diezmos fioes, que es un Chopín de pan
terçoado y de la ofrenda y entierro de el defunto y todos los demás derechos de
yglesia, cenas de cuaresma.
La
vinculación de las aldeas y sus feligreses a cada parroquia no parece provocar
tensiones durante los siglos XII y XIII en relación con la percepción de
derechos eclesiásticos. Esto se debe, en gran parte, a que las iglesias agrupan
en el momento de la formación del parroquial a aldeas o caseríos ya
configurados de antiguo, siendo las obligaciones de los feligreses establecidas
desde este momento, o incluso existiendo previamente a la organización parroquial,
en relación con los antiguos cenobios o iglesias principales sobre las que se
organizan ahora las parroquiales. Los conflictos por la acaparación de los
beneficios eclesiásticos se detectan desde mediados del siglo XIII, en relación
con poblaciones que se habían generado ex
novo, sobre todo, en espacios de monte o braña, que pertenecen a las
instituciones eclesiásticas por estar incluidos dentro de los dominios que
habían heredado y que durante la decimotercera centuria han sido roturados y
allí establecida una comunidad de vecinos. Feligreses que van a ser objeto de
reclamación como pagadores de tributos eclesiásticos tanto por la institución
religiosa propietaria del suelo que explotan como por los núcleos parroquiales
limítrofes sobre los que ejercen los herederos legos derechos de patronazgo. En
esta situación estaban los nuevos pobladores de los caseríos y aldeas, que a lo
largo del siglo XIII habían ido surgiendo en los espacios situados en la falda
de la sierra de A Bobia o en los montes próximos a Santiago de Abres,
pobladores que tenían que entregar unas rentas eclesiásticas que iban a ser
disputadas por los patrocinadores de la empresa pobladora –las instituciones
eclesiásticas– pero también por las antiguas iglesias parroquiales, y por sus
beneficiados, entre los que se encontraban de manera prioritaria, los nobles
locales.
La
organización concejil. De la Tierra de Ribadeo al Concejo de Castropol
La Tierra de Entrambasauguas no fue ajena al movimiento repoblador que
caracterizó a Asturias en los siglos XIII y XIV, cuando se incrementa la
expansión de nuevos núcleos urbanos. Las pueblas asturianas que se van a
desarrollar en este periodo van a adquirir funciones de reordenación del
poblamiento y van a centralizar la vida económica de los términos rurales
circundantes que constituyen sus alfoces, hecho patente en cuanto a la Puebla
de Roboredo en las tres últimas décadas del siglo XIII y la Puebla de Castropol
durante la centuria siguiente, respecto al amplio espacio rural que componía el
espacio entre el Navia y el Eo. La organización concejil representará por tanto
un nivel superior sobre la organización parroquial que, en concejos extensos
como lo es el delimitado por los ríos Eo y Navia, será utilizada para, con
independencia de sus funciones eclesiásticas, hacer más operativas las
funciones político-administrativas desarrolladas por el concejo.
El espacio comprendido entre el
Navia y el Eo, Tierra de Ribadeo u Honor del Suarón, será ahora vertebrado a
partir de dos villas –Roboredo y Castropol– que se erigirán de manera
consecutiva como núcleos político-administrativos de la anterior demarcación
del Suarón, que a partir de ahora adoptará la denominación de concejo de
Castropol, desapareciendo las referencias al antiguo Honor y reduciéndose las alusivas
a la Tierra de Ribadeo. Estos dos núcleos urbanos van a surgir en un espacio
que, aunque poblado de antiguo, sus núcleos habitados se van a caracterizar por
contar con un número reducido de caseríos distribuidos, en muchos casos, de
forma aislada y que, si alguno de ellos tenía mayor importancia desde el punto
de vista jerárquico lo era por ser el núcleo de los antiguos cenobios locales o
por, ya desde mucho antes, ser el referente de una comunidad de feligreses
establecidos en lugares dispersos.
El contexto de la creación de estas
pueblas es convulso, pues el nacimiento de una y el estímulo desde la autoridad
señorial para su desarrollo, corren caminos paralelos al proceso que supone la
asfixia de la otra tanto desde su expansión como núcleo urbano concejil como de
sus privilegios económicos. Este hecho se ha de vincular con un proceso de
tensiones entre el poder señorial del obispo
y los habitantes de la Tierra, en especial con las familias nobiliarias
locales, tensiones que, siendo inherentes al grupo nobiliario en sus relaciones
con la Iglesia, motivados en gran medida por los derechos de propiedad sobre la
tierra, se incrementaron en las últimas décadas del siglo XIII, con la creación
de la puebla de Roboredo como trampolín desde el cual esta influyente hidalguía
podía menoscabar la autoridad señorial y ejercer un mayor control en la
comarca; tensiones que aún mantienen rescoldos en las postrimerías del siglo
XIV, a juzgar por las prohibiciones del obispo respecto a las actividades a
realizar en las proximidades del solar que había ocupado este villazgo.
El
nacimiento de la puebla de Roboredo se sitúa en una fecha imprecisa anterior a
diciembre de 1272, momento en el que ya aparecen referencias a la misma en una
venta entre particulares, y posterior a diciembre de 1270 ya que en el foro
suscrito de la heredad de As Murolas en esta fecha aún se cita a “Don Gonzalvo Menéndez de Ribadeu tenente
Terra de Suarón”. La fecha de 1272 supone la desaparición de las
referencias tanto a la existencia del tenente, cuyas escasas menciones
posteriores nos lo presentan sin reseña alguna a este cargo, como de las alusiones a la comarca como
Honor, vocablo que ahora va a pasar a ser sustituido por el término de Concejo.
A pesar de este origen crispado, ya fuera la Puebla de Roboredo, en un
principio, o la de Castropol a partir del año 1298, van a erigirse en centros
político-administrativos del espacio concejil –alfoz–. Para ello se dotan de un aparato burocrático-militar de
gobierno que pone en práctica unas normas dictadas directamente por el poder
señorial, en este caso los representantes de la Mitra ovetense.
5.
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